Representación
Guía de la representación
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Primera acto La Vespra
Acabadas las solemnes Vísperas de la Asunción de la Virgen, cantadas sobre el mismo escenario de la Festa o Misterio de Elche por el clero de la Basílica de Santa María, se inicia el primer acto de la representación sacra ilicitana, el cual es conocido genéricamente con el nombre de Vespra, y se diferencia así del segundo llamado Festa.
A las seis de la tarde sale el cortejo que desde la cercana ermita de San Sebastián conduce a los cantores del drama hasta la iglesia parroquial. Encabezan este cortejo el Rector de Santa María y los Electos y Portaestandarte. Éstos visten de chaqué y los dos primeros portan unas varas doradas como señal de autoridad. Tras ellos continúan los personajes de la obra seguidos por miembros del Patronato del Misterio, organismo encargado de la organización y custodia del drama asuncionista. La breve marcha hasta la Basílica la abre la Banda Municipal de Música que interpreta un pasodoble compuesto por el maestro Alfredo Javaloyes, músico ilicitano, titulado El Abanico.
La escenificación comienza cuando aparece la Virgen y sus acompañantes en la puerta principal del templo. La Madre de Cristo se halla representada por un niño de corta edad vestido con una túnica blanca y un manto azul. Sobre su cabeza porta una diadema dorada. Su pequeño cortejo está compuesto por María Salomé y María Jacobe que visten de manera similar a la Virgen y llevan escritos sus nombres en sus correspondientes diademas. También forman parte del acompañamiento dos ángeles de almohada -así llamados por llevar en sus manos sendos cojines de terciopelo rojo- y cuatro ángeles de manto. Todos estos personajes también son representados por niños, ya que el origen litúrgico del teatro religioso medieval no permite la participación femenina.
En cuanto los pequeños cantores entran por la puerta de la iglesia, suena el órgano de la misma. Tanto la Virgen María, la María como es conocida en Elche, como su cortejo queda muy cerca de dicha puerta, al inicio del andador, corredor en forma de plano inclinado que conduce desde este lugar hasta el escenario o cadafal construido entre el crucero y el presbiterio. Mientras tanto, el Rector y los Electos y Portaestandarte suben por el citado andador y ocupan sus sitiales instalados en dos ensanches de este corredor, justamente al lado de la puerta del tablado. El niño que representa a la Madre de Dios, mirando hacia el altar mayor de la iglesia, canta a sus compañeras pidiéndoles ayuda en día tan importante para ella:
Germanes mies, jo voldria
fer certa petició aquest dia:
prec-vos no em vullau deixar
puix tant me mostrau amar.
Hermanas mías, yo querría
hacer cierta petición este día:
ruégoos que no me querais dejar
pues tanto me mostrais amar.
Los miembros del cortejo mariano le responden con otro canto en el que manifiestan su absoluta fidelidad:
Verge i Mare de Déu,
on Vós voldreu anar
vos irem a acompanyar.
Virgen y Madre de Dios,
donde Vos querais andar
os iremos a acompañar.
La María avanza unos pasos y, arrodillada sobre las dos almohadas rojas que portan los ángeles que la acompañan, expresa sus deseos de reunirse con su Hijo:
Ai, trista vida corporal!
Oh, món cruel, tan desigual!
Trista de mi! Jo que faré?
Lo meu car Fill, quan lo veuré?
¡Ay, triste vida corporal!
¡Oh, mundo cruel, tan desigual!
¡Triste de mí! ¿Yo qué haré?
Mi caro Hijo, ¿cuándo lo veré?
María, siempre rodeada de su cortejo, comienza el ascenso a través del andador. En su camino se detiene en tres ocasiones. En cada una de ellas se arrodilla sobre las dos almohadas y vuelta hacia unos pequeños grupos escultóricos colocados sobre los pilares de la nave del templo, realiza una especie de Vía Crucis rememorando la Pasión de Cristo.
El primero de estos pequeños altares representa el Huerto del Getsemaní y delante del mismo entona la Virgen:
Oh, Sant Verger Getsemaní
on fonc pres lo Senyor aquí!
En tu finà tracte cruel
contra el Senyor d'Israel (1).
¡Oh, Santo Vergel Getsemaní
donde fue preso el Señor aquí!
En ti finó trato cruel
contra el Señor de Israel.
(1) Este canto y los dos siguientes se suprimen en los Ensayos Generales, aunque se mantienen los movimientos escénicos.
Unos pasos más adelante se detiene frente a la representación del Monte Calvario:
Oh, Arbre Sant digne d'honor,
car sobre tots ets lo millor!
En tu volgué sang escampar
Aquell qui lo món volgué salvar.
¡Oh, Árbol Santo, digno de honor,
pues sobre todos eres el mejor!
En ti quiso sangre derramar
Aquél que el mundo quiso salvar.
Finalmente se arrodilla junto al Santo Sepulcro y canta:
Oh, Sant Sepulcre virtuós,
en dignitat molt valerós,
puix en tu estigué i reposà
Aquell qui cel e món crea.
Oh, Santo Sepulcro virtuoso,
en dignidad muy valeroso,
pues en ti estuvo y reposó
Aquél que cielo y mundo creó.
Acabados estos cantos, el cortejo continúa su ascenso hacia el cadafal. Éste, de forma cuadrangular y cubierto con una gruesa alfombra con los mismos colores que la del andador, está rodeado por una pequeña barandilla de barrotes salomónicos. Sobre esta baranda lucen doce cirios que iluminan la escena. A la izquierda, podemos contemplar un lecho cubierto de velos blancos. A la derecha, ocho asientos destinados a los personajes del cortejo mariano.
La Virgen se arrodilla sobre el lecho descrito -de cara a la puerta mayor del templo- y las dos Marías y los ángeles de almohada y manto se sitúan de pie a su alrededor. Desde este lugar vuelve a manifestar la Madre de Jesús su deseo incontenible de hallarse en compañía de su Hijo:
Gran desig m'ha vengut al cor
del meu car Fill ple d'amor
tan gran que no ho podria dir
on, per remei, esig morir.
Gran deseo me ha venido al corazón
de mi querido Hijo lleno de amor,
tan grande que no lo podría decir
y, por remedio, deseo morir.
Acabada la petición cantada de María, se abren las puertas del cielo que, para la Festa, se simula en la cúpula de la iglesia. Este cielo está formado por una lona pintada con nubes y ángeles y tapa completamente el anillo toral de la citada cúpula. Solamente una abertura cuadrada, que coincide con el centro del cadafal, puede abrirse y cerrarse mediante unas puertas corredizas, les portes del cel. Por el hueco que dejan estas puertas comienza a descender un aparato conocido como núvol o "granada", que realiza su aparición -suspendido de una fuerte maroma- en forma de esfera. Es de color granate y su exterior se halla adornado con dibujos geométricos y apliques dorados. De su extremo inferior pende una cola de oro.
Una vez traspasada la puerta del cielo y mediante unos tirantes de cuerda, la granada comienza a abrirse en ocho alas o gajos. En su interior, totalmente recubierto de oropel, se descubre un niño que, vestido con túnica y con alas de plumas en su espalda, figura ser un ángel. En sus manos porta una palma dorada. Esta apertura del cielo y salida del artefacto aéreo es realzada con música del órgano, volteo de campanas y disparo de cohetes. Cuando el núvol ha bajado algunos metros, concluyen las citadas muestras de alegría y el ángel, después de dejar caer un pañuelo lleno de oropel cortado en fragmentos con los que se figura una finísima lluvia de oro, inicia su canto. Con el mismo saluda a María y le anuncia que Cristo ha oído sus súplicas y accede a sus deseos:
Déu vos salve Verge imperial,
Mare del Rei celestial,
jo us port saluts e salvament
del vostre Fill omnipotent.
Dios os salve Virgen imperial,
Madre del Rey celestial,
yo os traigo saludos y salvación
de vuestro Hijo omnipotente.
Lo vostre Fill qui tant amau
e ab gran goig lo desitjau,
Ell vos espera ab gran amor
per ensalçar-vos en honor.
Vuestro Hijo, que tanto amais
y con gran gozo deseais,
Él os espera con gran amor
para ensalzaros con honor.
E diu que al terç jorn, sens dubtar,
Ell ab sí us vol apel·lar
alt en lo Regne Celestial
per Regina angelical.
Y dice que al tercer día, sin dudar,
Él consigo os quiere nombrar
alto en el Reino Celestial
como Reina angelical.
E mana'm que us la portàs
aquesta palma i us la donás,
que us la façau davant portar
quan vos porten a soterrar (2).
Y me manda que os trajese
esta palma y os la diese,
que os la hagais delante llevar
cuando os lleven a enterrar.
(2) En las representaciones actuales solamente son interpretados los primeros versos de este canto.
En cuanto la granada llega al cadafal, los componentes del cortejo de la Virgen se apresuran a acercarse al aparato y desatar las ligaduras que aseguran al pequeño cantor en su bajada. Una vez liberado, el ángel se acerca al lecho de María y, arrodillado ante ella, le entrega la simbólica palma después de tocarla con los labios y la frente. La Madre de Dios, con el mismo ceremonial, toma el singular obsequio y expresa al mensajero de Cristo un nuevo deseo, que los apóstoles se encuentren presentes en el momento de su muerte:
Angel plaent e lluminós,
si gracia trob jo davant vós,
un do vos vull demanar,
prec-vos no me'l vullau negar.
Angel grato y luminoso,
si gracia hallo ante vos,
un don os quiero demandar
ruégoos que no me lo querais negar.
Ab mon ser, si possible és,
ans de la mia fi jo veés,
los Apòstols ací justar
per lo meu cos assoterrar (3).
Conmigo, si posible fuese,
antes de mi fin yo viese
los Apóstoles aquí juntar
para mi cuerpo enterrar.
(3) Este canto se suprime en los Ensayos Generales, aunque se mantienen los movimientos escénicos.
Oída la petición, el ángel sube de nuevo en la granada donde, después de ser atado otra vez con una fuerte correa para evitar cualquier accidente, inicia el ascenso hacia el cielo mientras manifiesta la confirmación de los deseos de la Virgen:
Los Apostols ací seran
i tots ab brevetat vindran,
car Déu qui és omnipotent
los portarà sobtosament.
Los Apóstoles aquí estarán
y todos en breve vendrán
pues Dios que es omnipotente
los traerá súbitamente.
I, puix, Verge ho demanau,
lo etern Déu diu que li plau
que sien ací sens dilació
per vostra consolació. (4)
Y, pues, Virgen lo demandais,
el eterno Dios dice que le placerá
que estén aquí sin dilación
para vuestra consolación.
(4) En las representaciones actuales, solamente son interpretados los primeros versos de este canto.
Al llegar la granada a las puertas del cielo, se abren éstas con las mismas muestras de alegría que en la primera ocasión. Y una vez cerradas las alas del núvol, comenzará éste a penetrar por las citadas puertas.
En el cadafal, cuando la granada se halla a pocos metros del cielo, los ángeles del cortejo de la Virgen, así como María Salomé y María Jacobe, saludan a la Madre de Cristo realizando una genuflexión ante ella y pasan después a los asientos preparados en la parte opuesta del escenario. También se levantarán de sus sitiales los dos Electos, los cuales salen por el andador a la calle. Esta acción, que actualmente tiene únicamente un valor simbólico, nos recuerda la época en que estos Electos eran encargados de organizar la Festa por encargo del Consejo municipal de la ciudad. Además, dirigidos por el rector de la iglesia, que actuaba como maestro de ceremonias, salían en busca de los diferentes cantores que, preparados en la cercana ermita de San Sebastián, necesitaban ser introducidos en escena en el momento adecuado. Estos Electos también realizaban, por tanto, la función de verdaderos traspuntes teatrales.
Momentos después de haberse cerrado el cielo tras la granada, volverán a ocupar sus sillones los citados Electos que simulan, de esta manera, haber ido hasta la capilla de San Sebastián para indicar al cantor que interpreta el papel del apóstol San Juan que ha llegado la hora de su intervención. Aparece, pues, el citado apóstol al pie del andador. Viste una túnica de color blanco como símbolo de su pureza. En su mano izquierda porta un viejo libro de pergamino que simboliza su propio Evangelio. A medida que asciende por el corredor central, va realizando gestos de extrañeza ante la incomprensible fuerza que le impulsa a recorrer tal camino. Hacia la mitad del andador, cuando descubre a la Virgen Maria arrodillada sobre su lecho, San Juan camina más deprisa y saluda a su Madre con un abrazo. También su canto manifiesta la alegría ante tan inesperado encuentro:
Saluts, honor e salvament
sia a Vós, Mare excel.lent
e lo Senyor, qui és del tro,
vos done consolació.
Saludos, honor y salvación
sean con Vos, Madre excelente
y el Señor, que es del trueno,
os conceda consuelo.
María indica al discípulo amado de Jesús cuanto le dijo el ángel de la granada, esto es, la proximidad de su muerte. Además, al acabar su canto, entrega a San Juan la palma dorada bajada desde el cielo:
Ai fill Joan e amic meu
conforte-us lo ver Fill de Déu
car lo meu cor és molt plaent
del vostre bon adveniment (5).
Ay Juan, hijo y amigo mío,
conforteos el verdadero Dios Hijo
pues mi corazón está muy contento
de vuestro buen advenimiento.
Ai fill Joan, si a vós plau,
aquesta palma vós prengau
e la'm façau davant portar
quan me porten a soterrar.
Ay hijo Juan, si vos gustais,
esta palma vos tomad
y hacedla delante llevar
cuando me lleven a enterrar.
(5) Este canto se suprime en los Ensayos Generales.
San Juan recibe el obsequio de María. Como sucedió en presencia del ángel, también en esta ocasión el paso de la palma -siguiendo un ritual de gran sabor oriental-, se realiza después de ser besada y tocada con la frente. El discípulo predilecto entona entonces, como ensimismado, un canto triste y lleno de sentimiento:
Ai, trista vida corporal!
Oh, món cruel, tan desigual!
Oh, trist de mi! on iré?
Oh, llas, mesquí! Jo que faré?
¡Ay, triste vida corporal!
¡Oh, mundo cruel tan desigual!
¡Oh, triste de mí! ¿y dónde iré?
¡Oh, laso, mezquino! ¿Yo qué haré?
Acercándose de nuevo a María exclama:
Oh, Verge Reina imperial!
Mare del Rei celestial!
Com nos deixau ab gran dolor,
sens ningun cap ne regidor?
¡Oh, Virgen, Reina imperial!
¡Madre del Rey celestial!
¿Cómo nos dejais con gran dolor,
sin ningún jefe ni regidor?
Seguidamente, se traslada San Juan hasta la entrada del escenario y mirando hacia la puerta mayor de la iglesia llama a sus compañeros en el apostolado:
Oh, Apòstols e germans meus!
Veniu, plorem ab tristes veus,
car hui perdem tot nostre bé,
lo clar govern de nostra fe.
¡Oh, Apóstoles y hermanos míos!
Venid, lloremos con tristes voces,
pues hoy perdemos todo nuestro bien,
el claro gobierno de nuestra fe.
Vuelve San Juan a cantar a la Virgen, expresándole una vez más su tristeza y su desconcierto:
Sens Vós, Senyora, que farem?
E ab qui ens aconsolarem?
D'ulls e de cor devem plorar
mentres viurem e sospirar.
Sin Vos, Señora, ¿qué haremos?
¿y con quién nos consolaremos?
Con ojos y corazón debemos llorar
mientras vivamos, y suspirar.
Mientras San Juan dedica a María este último canto, comienza a subir por el andador el apóstol San Pedro. En sus manos porta, como representación simbólica, unas grandes llaves doradas en recuerdo de aquellas que Cristo le dio de las puertas del cielo. Hay que indicar que este personaje -como otros dos más que señalaremos en su momento- ha de ser representado forzosamente por un sacerdote dado su carácter sagrado.
San Pedro, efectuando los mismos gestos de sorpresa que vimos en San Juan, sube poco a poco por el corredor. Una vez ante el lecho de la Virgen, la saluda poniéndole las manos sobre sus hombros, y posteriormente, abraza al discípulo amado. Dirigiéndose a María canta con voz profunda:
Verge humil, flor d'honor,
Mare del nostre Redemptor.
Saluts, honor e salvament
vos done Déu omnipotent.
Virgen humilde, flor de honor,
Madre de nuestro Redentor.
Saludos, honor y salvación
os dé el omnipotente Dios.
Al tiempo que resuenan las notas de este canto, suben por el andador seis apóstoles que simulan extrañeza. Tras entrar en el cadafal, se aproximan al lecho de la Virgen y la saludan besándole las manos y haciendo una genuflexión ante ella. También saludan a San Pedro y a San Juan con abrazos de amistad. Es preciso señalar que uno de esos seis apóstoles es el Mestre de Capella o director musical del Misterio que, caracterizado como un personaje más, podrá dirigir los cánticos corales de manera discreta y sin que el público note su presencia.
En el andador y en el mismo momento, empieza otra escena de la Festa, la conocida con el nombre de el Ternari. Al inicio del corredor inclinado coinciden tres apóstoles. Cada uno de ellos entra por una de las tres últimas puertas de la iglesia, esto es: la puerta Mayor, la de San Agatángelo y la de la Resurrección (erróneamente llamada de San Juan). Uno de los apóstoles es San Jaime que viste hábito de peregrino: túnica, capa adornada con conchas, sombrero a la espalda y báculo con la calabaza para el agua. Esta entrada simultánea por tres accesos diferentes simboliza el encuentro de los discípulos en un cruce de tres caminos. Los apóstoles se saludan entre sí y, asombrados ante el hecho de verse reunidos, cantan:
Oh, poder de l' Alt Imperi,
Senyor de tots los creats!
Cert és aquest gran misteri
ser ací tots ajustats.
¡Oh, poder del Alto Imperio,
Señor de todos los creados!
Cierto es este gran misterio
ser aquí todos juntados.
De les parts d'ací estranyes
som venguts molt prestament,
passant viles i muntanyes
en menys temps d'un moment.
De las partes de aquí extrañas
hemos venido prestamente,
pasando villas y montañas
en menos tiempo de un momento.
Avanzan unos pasos y cantan de nuevo:
Ab gran goig, sens improperi,
som ací en breu portats.
Cert és aquest gran misteri
ser ací tots ajustats.
Con gran gozo, sin improperio,
somos aquí con brevedad transportados.
Cierto es este gran misterio
ser aquí todos juntados.
De les parts d'ací estranyes
som venguts molt prestament,
passant viles i muntanyes
en menys temps d'un moment.
De las partes de aquí extrañas
hemos venido prestamente,
pasando villas y montañas
en menos tiempo de un momento.
Una vez concluido el canto, los tres apóstoles se dirigen hacia el cadafal. Entran en el mismo y, como los discípulos que les precedieron, saludan a María, a San Pedro y a San Juan. De esta manera se reúnen los apóstoles, tal y cómo manifestó el ángel del núvol, alrededor del lecho de la Virgen. Únicamente existe una salvedad, Santo Tomás que no aparecerá hasta el final del segundo acto. Los apóstoles entonan todos juntos un singular canto que aparece escrito en valenciano y en latín. Se trata de una Salve dedicada a la Virgen. Dicha Salve es iniciada por los apóstoles arrodillados. Después del primer verso, se ponen en pie y, a partir de ese instante, van realizando inclinaciones profundas por grupos de voces -tenores, barítonos y bajos- a medida que se desarrolla el canto:
Salve Regina, princesa,
Mater Regis angelorum,
advocata peccatorum,
consolatrix afflictorum.
Salve Reina, princesa,
Madre Reina de los ángeles,
abogada de los pecadores,
consuelo de los afligidos.
L'omnipotent Déu, Fill vostre,
per nostra consolació,
fa la tal congregació,
en lo sant conspecte vostre.
El omnipotente Dios, Hijo vuestro,
para nuestra consolación,
hace la tal congregación,
en vuestra santa presencia.
Vós, molt pura e defesa,
reatus patrum nostrorum,
advocata peccatorum,
consolatrix afflictorum.
Vos, muy pura y defendida,
del reato de nuestros padres,
abogada de los pecadores,
consuelo de los afligidos.
El último verso de la Salve coincide con la caída de rodillas de todos los apóstoles, salvo San Juan que, portando la palma dorada, es el único personaje que siempre permanece de pie a lo largo de la obra. Instantes después se levanta San Pedro y, dirigiéndose a María, canta:
Oh, Déu, valeu! E que és açò
d'aquesta congregació?
Algun misteri amagat
vol Déu nos sia revelat.
¡Oh, Dios, valed! ¿Y qué es esto
de esta congregación?
Algún misterio ocultado
quiere Dios que nos sea revelado.
Vuelve a arrodillarse San Pedro. María Salomé, María Jacobe y los ángeles del cortejo mariano abandonan sus asientos y se colocan en la cabecera del lecho virginal. El niño que interpreta el papel de la Virgen María recoge un cirio encendido en sus manos. Es el preludio de su muerte. Con voz entrecortada y triste recomienda a sus hijos que sepulten su cuerpo en el Valle de Josafat:
Los meus cars fills, puix sou venguts
i lo Senyor vos haja duts,
mon cos vos sia acomanat
lo soterreu en Josafat.
Caros hijos míos, pues sois venidos
y el Señor ya os ha traido,
mi cuerpo os sea encomendado
y en Josafat enterrado.
Tras las últimas notas del canto, cae la María como muerta sobre el lecho. Los apóstoles y las Marías acompañantes se acercan a ayudarla.
En realidad, todos los personajes existentes en el tablado, además de simular un intento de auxilio a la Virgen, con su actitud intentan esconder a la vista del público una interesante parte de la tramoya del drama sacro que tiene lugar en estos momentos. El cantor que figuraba ser la Madre de Cristo, después de desplomarse, es hecho desaparecer en el interior del cadafal mediante un escotillón situado bajo el mismo lecho. A continuación, asciende hasta la superficie de la citada cama una pequeña plataforma con la imagen de la Virgen de la Asunción, patrona de Elche, en actitud yacente. De esta manera queda incorporada a la escena la figura de María venerada en la Basílica ilicitana. Presenta el rostro cubierto con una mascarilla, en la que los ojos aparecen cerrados con el fin de representar su muerte con mayor fidelidad.
Ante el cuerpo de la Madre de Dios recostado sobre el lecho, los apóstoles, que portan velas encendidas en sus manos, entonan un bello cántico fúnebre en el que expresan la esperanza de la futura resurrección:
Oh, cos sant glorificat
de la Verge santa i pura,
hui seràs tu sepultat
i reinaràs en l'altura.
Oh, cuerpo santo glorificado
de la Virgen santa y pura,
hoy serás tú sepultado
y reinarás en la altura.
Concluido el canto emocionado de los apóstoles, se abren de nuevo las puertas del cielo e inicia el descenso un artefacto aéreo denominado araceli o recélica. Se trata de un aparato en forma de retablo, construido en hierro y forrado totalmente de oropel. Lo componen cuatro repisas colocadas simétricamente alrededor de un hueco central. En las plataformas superiores aparecen arrodillados dos ángeles-hombres que tañen una guitarra y un arpa, respectivamente. Las repisas inferiores las ocupan dos ángeles-niños con sendas guitarras de pequeño tamaño. El hueco central está destinado al llamado Ángel Mayor, que aparece de pie y revestido con ornamentos sacerdotales ya que este personaje también ha de ser interpretado por un religioso. En cuanto la recélica ha traspasado las puertas del cielo, una lluvia de oropel cae sobre el escenario. El coro angélico inicia su canto comunicando a María su próxima Asunción:
Esposa e Mare de Déu
a nós, àngels, seguireu.
Seureu en cadira real
en lo regne celestial.
Esposa y Madre de Dios
a nos, ángeles, seguireis.
Sentareis en silla real
en el reino celestial.
Car, puix en Vós reposa
Aquell qui cel e món crea,
deveu haver exalçament
e corona molt excel·lent.
Puesto que en Vos reposó
Aquel que cielo y mundo creó,
debeis tener ensalzamiento
y corona muy excelente.
Apòstols e amics de Déu,
aquest cos sagrat pendreu
e portau-lo a Josafat
on vol sia sepultat (6).
Apóstoles y amigos de Dios,
tomad este cuerpo sagrado
y llevadlo a Josafat
donde quiere ser sepultado.
(6) En las representaciones actuales únicamente es interpretada la primera cuarteta de este canto.
Al llegar el Araceli al cadafal, sin detener su canto, el Ángel Mayor recoge una pequeña imagen de la Virgen vestida con velos blancos que le ofrece uno de los niños del cortejo de María. Esta minúscula talla representa el alma de la Madre de Dios. Con ello se simboliza de forma visual la separación del alma y el cuerpo, esto es, la muerte efectiva de la Virgen. En su ascenso, los ángeles entonan las mismas estrofas que cantaron en su bajada. Y con la llegada del Araceli al cielo concluye el primer acto del Misterio (Esta bajada del Araceli queda suprimida en los Ensayos Generales con el fin de no alargar excesivamente la duración de éstos).
Únicamente resta que el rector de Santa María y los Electos y el Portaestandarte, entren al cadafal y besen los pies de la imagen difunta. De igual manera proceden las Marías, los ángeles del cortejo y los apóstoles. El último en hacerlo será San Juan, quien, además, deja sobre la figura de la Virgen, cruzada sobre su pecho, la palma dorada. Seguidamente salen los cantores hacia la ermita de San Sebastián, donde se desprenden de sus vestiduras hasta el día siguiente.